Salud mental, ¿podemos responder a los gritos de auxilio que lanzan nuestros seres queridos?

Una palabra, una sola frase, puede hacer la diferencia con alguien que atraviesa un problema de salud mental y clama por ayuda. ¿Tenemos las herramientas para tender esa mano?

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FOTO: Daniela Betancur IG: @XDANIELABETANCUR

Las cifras con las que generalmente el periodismo aborda el tema de salud llegan a la ciudadanía como un bombardeo de números difíciles de asimilar. Antioquia es el departamento con mayor cantidad de suicidios. 453 personas en el departamento tomaron esa decisión en 2022, lo que representa el 17 por ciento de la totalidad de los casos en Colombia. Entre los más de 1.000 suicidios reportados en Antioquia entre 2021 y 2022, el 80 por ciento fueron hombres. Además de los casos consumados, los intentos de suicidios han tenido un incremento crítico en la región. Casi 9.000 intentos de suicidio ocurrieron entre los últimos dos años; el 60 por ciento fueron mujeres y 33 hombres. Pero lo más preocupante es que el 66 por ciento de los intentos de suicidio ocurridos en este periodo lo hicieron jóvenes entre los 14 y 29 años.

Las personas están clamando por ayuda. En los últimos cuatro años hubo 300.000 consultas entre urgencias, psiquiatría, psicología, neuropsicología y telemedicina por diferentes patologías en el Hospital Mental de Antioquia, cada año superó las cifras récord de consultas del anterior. Otras 6.000 personas llegaron el año pasado a las puertas de los Escuchaderos, la estrategia pública de la ciudad para abrir las puertas de la ruta de atención metal.

Generalmente, al hablar de salud mental, el periodismo se apoya en un aluvión de cifras difíciles de digerir y asimilar por parte de la mayoría de la ciudadanía. Pero después de toda esta información, ¿qué sabemos de salud mental? ¿estamos en la capacidad de ayudar a un ser querido que atraviesa por un problema de salud mental?

Cuando Juanes aceptó el reto de convertirse en Director por un Día en EL COLOMBIANO quiso priorizar la salud mental entre los temas urgentes sobre los que quería dialogar con la ciudadanía. Nos propuso que encontráramos una forma distinta a los artículos rígidos, que halláramos la forma de conversar a través de las páginas, una conversación que le llegue a alguien, que conduzca a alguna parte.

Hicimos el siguiente ejercicio. Nos propusimos a darle voz a alguien cuyo testimonio puede ser más esclarecedor que cualquier cantidad de cifras. Recibimos respuesta de un hombre, un hombre común como él mismo se describe; con sueños, frustraciones, seres amados, días buenos y malos. “La carta de un hombre con depresión” es un corto relato de Esteban sobre cómo transcurrió su vida desde la aparición de las primeras señales de que algo le estaba ocurriendo y el momento en el que decidió finalmente buscar ayuda profesional.

Es un relato que ilustra con sencillez cómo las respuestas de su entorno terminaron por causar un impacto mayor y postergó su búsqueda de ayuda.

Después de obtener su testimonio, expertos del Homo, de las universidades CES y de Antioquia, que viven desde la primera línea de atención en salud mental la dura crisis que enfrenta la población en Antioquia, hicieron el ejercicio de entregar unas pautas, palabras y respuestas sencillas que pueden hacer una gran diferencia y evitar en el futuro casos como el de Esteban, que tardó ocho años en asumir las riendas de su trastorno mental.

Unimos estas voces en una conversación, una charla sencilla que, quizás, para quien llegue a leerla, puede ofrecerle una guía cuando llegue el momento (y seguro llegará) de tener que ofrecerle una mano a una persona cercana que grita por ayuda.

Carta de hombre con Depresión


Aunque han pasado un montón de años, cuando recapitulo me sigue pareciendo increíble todo el tiempo y todas las señales que dejé pasar. Empezó a los 18 años. Apenas arrancaba la universidad y comencé a sentir de un día para otro mucha dificultad para pararme de la cama, era raro eso porque desde los 11 años agarré disciplina deportiva y madrugaba a entrenar con mucho entusiasmo. Además, me gustaba estudiar y por eso se me hacía extraño ese desgano, esa especie de peso encima del cuerpo. Luego se hizo más intenso, era un cansancio continuo, como si nunca durmiera lo suficiente. Y eso que dormía muchísimo. Tomé vitaminas y traté de acomodar rutinas, pero nada funcionó.

Con el paso de los meses se agudizó, empecé a sentir una debilidad terrible en el cuerpo, como si no pudiera controlarlo. A veces parecía que tenía el cuerpo enyesado y por más que quisiera pararme, apenas lograba mover los ojos. Y empecé a pensar como en cámara lenta. Siempre tuve una disciplina de lectura muy buena y una capacidad de concentración alta, pero todo eso cambió. Empecé a olvidar nombres, situaciones, tareas; cosas simples, pero que todos los días sumaban muchos olvidos. Recuerdo que le comenté ese síntoma específico a mi mamá y mi hermana, no sé por qué se me metió que era Alzhéimer o algo así. Años después escuché otros casos de personas que acudieron a hipótesis sin fundamentos como un rasgo de negación para afrontar el problema real. Y lo peor es que, aun pensando que tenía algo complejo, no busqué ayuda profesional en ese momento.

La respuesta de mi mamá y mi hermana es que seguro todo esto que me estaba transformando no era más que un aburrimiento temporal, un mero agotamiento por la exigencia de la universidad o que a lo mejor no estaba comiendo bien. Y la verdad es que comía mal, pero no por falta sino por exceso. Comía demasiado, mucho dulce y harinas, sobre todo. Era algo compulsivo. No comía para alimentarme sino para intentar calmar un caos en el cuerpo.

Todo esto que he contado hasta aquí pasó en el lapso de cuatro años. En todos esos años hubo algunos momentos en los que hablé con familia y amigos con los que me sentía seguro, a pesar de que en general me sentía muy incómodo de hablar de esto tan extraño que me ocurría. Solo años después entendí por qué esas respuestas que recibí de ellos, que en su momento creí que debían ser de gran ayuda y que yo de manera ingrata no los aprovechaba, realmente estaban causándome mucho más daño. Obviamente ellos no lo decían para hacerme daño, pero el caso es que esos pocos momentos en los que me abrí con estas personas acabaron por desorientarme más.

El punto es que, en el papel, todo andaba bien. Ya para entonces tenía un buen empleo, tenía una relación sentimental sana, gozaba de salud. Me pude permitir en esos años algunos viajes, así que cuando me decían: “Vos no tenés motivos para sentirte mal; lo tenés todo” o “Seguro es una etapa rara, con los días se te pasará”, yo realmente quería creer que así fuera y eso incrementaba todos los signos negativos.

Luego hubo una especie de detonante. Llevaba algunos meses bien, sin sentir malestar de ningún tipo, y de repente un día, mientras esperaba el Metro, empecé a sentir un cosquilleo en las manos y luego los pies. Un frío en el cuerpo, se entumeció mi cara y el corazón parecía querer salir por la boca. Tuve espasmos en el estómago y náuseas. Ocurrió de la nada, mientras miraba el celular y esperaba el tren. Sentí que me asfixiaba y traté de contenerme como pude y así llegué a mi casa. Todo este episodio duró 30 minutos, pero yo sentí que pasaron horas. Semanas después me ocurrió lo mismo estando en casa, en el lugar que creía seguro. Llevaba mucho tiempo sin comentarle a nadie sobre cómo me sentía, pero sabía que debía hacerlo. Finalmente decidí conversarlo con una amiga que me dijo que, aunque no estaba segura, creía que podría tratarse de un ataque de pánico.

Para mí eso sonaba a algo muy grave, con lo que no quería enfrentarme. Me acobardé y ni siquiera quise averiguar de qué se trataba esto de los ataques de pánico. Pasó más tiempo. Los síntomas se hicieron parte de mi cotidianidad. Un día, después de pensarlo mucho y reconocer que la vida realmente se me estaba saliendo de las manos, decidí pedir una cita particular con un psiquiatra. En total, desde el día en el que aparecieron las primeras señales hasta el día en que entré a ese consultorio por primera vez, pasaron ocho años.

Desde ese día hasta ahora mi vida ha recuperado mucho su cauce. Tengo un desequilibrio químico en mi cerebro y por eso soy un hombre con diagnóstico y tratamiento por depresión, un tipo normal que trabaja, que tiene buenos amigos, una bonita familia, que disfruta hacer cosas. Tengo días buenos, regulares y días de crisis y padezco un trastorno con el que debo lidiar con tratamiento médico y acompañamiento profesional. Haber tomado la decisión de buscar ayuda me permitió también comprender que todos esos comportamientos y respuestas que recibí de personas cercanas fueron producto del desconocimiento, de unos mitos, que he intentado ayudar a derribar con las personas que quiero y con otras con las que día a día interactúo. No pertenezco a ninguna organización, ni lidero grandes proyectos, solo soy una persona normal que cada vez que tiene oportunidad trata de hablar de salud mental para ayudar a comprender esto que millones padecen en silencio, así como lo padecí yo durante ocho años.

Gracias por escucharme.

Esteban R.M.

Una conversación que puede hacer la diferencia


- Hace días quiero preguntarte algo. Es que te noto diferente, quisiera que me contaras si te pasa algo. Conversemos.

- Sí, la verdad, hace meses me siento extraño, pero me incomoda hablar de esto. Me da miedo que me vean extraño. Tal vez solo es una etapa rara.

- Puede ser que lo que te pase sea pasajero, pero también puede ser algo a largo plazo. Solo lo sabremos si lo hablamos. Lo que no voy a hacer es juzgarte ni decirte que es bobada.

- Todo empezó con un cansancio terrible, que nunca había sentido. Me sentía cansado incluso al levantarme, no importaba cuánto durmiera. Luego empecé a sentir una debilidad enorme, como si no pudiera ni manejar el cuerpo. Dejé de rendir en todo lo que hacía y empecé a sentir que todo estaba en mi contra, que no lograba concentrarme en nada, que pensaba como en cámara lenta, que olvidaba cosas, nombres, momentos y tomar hasta decisiones mínimas se volvía un suplicio.

- ¿Y en algún momento lo conversaste con alguien?

- Sí. Me dijeron no fuera negativo, que fuera optimista. Que con los días todo se normalizaría, que tratara de ocuparme y aprovechar el tiempo y mantenerme ocupado.

- Es posible que lo que tengas te impida controlar cómo sentirte. Que tu cerebro esté atravesando cambios químicos que te impiden pensar en el futuro, hacer planes, controlar tu tiempo y tus cosas. Nadie tiene la culpa de que esto le ocurra a su cerebro. Si este es tu caso, decirte que trates de ser feliz, positivo; que aproveches tu tiempo y seas productivo puede agudizar tu frustración.

- Las cosas empeoraron. Pasé de dormir en exceso a sufrir insomnio, a tener ganas de comer todo el tiempo, a evitar estar con personas, en lugares, a hacer cosas, porque empecé a sentir miedo por todo. A sentirme asfixiado y con calambres en las manos y los pies. Y todo este tiempo sentía que no tenía derecho a estar así, que no tenía motivos para sentirme mal.

- Los trastornos de salud mental no son una decisión. Nadie elige padecerlas y no hay por qué culparse ni disculparse.

- ¿Qué puedo hacer entonces? Necesito ayuda.

- Yo no voy a decirte que sé exactamente cómo te sientes. Nadie sabe cómo se siente otra persona. No puedo decirte qué tienes, ni asegurarte que esto pasará. Quiero escucharte y apoyarte. ¿Quisieras que buscáramos ayuda de alguien, un profesional que pueda guiarnos?

- ¿Cómo puede ser ese proceso?

- Encontraremos la persona adecuada con la que te sintás bien y en un lugar seguro. Todo iniciará con una pregunta sencilla: ¿cómo te sientes?

- ¿Sí es posible encontrar ayuda?

- Claro, hay opciones. Mira estas.

No es una frase: es un punto de partido o de no retorno


- “Dejá de ser negativo; ponele actitud positiva” La persona con depresión o trastornos emocionales no se sienten mal porque quieren. Padecen una enfermedad derivada de un desbalance químico en su cerebro. Pedirles que sean felices “a la brava” solo intensificará los síntomas.

- “Todos nos hemos deprimido”: Es falso. Lo que toda persona experimenta alguna vez en la vida son estados de preocupación, desmotivación o frustración cuyas causas pueden rastrearse a un detonante específico: perder un empleo, un desamor, atravesar una pérdida y duelo, una enfermedad. Los trastornos mentales, como la depresión, son patologías específicas que requieren un diagnóstico como cualquier otra enfermedad.

- “Yo sé exactamente cómo te sentís”: Es falso. Incluso si viene de una persona que atraviesa por una problemática de salud mental. Decirle esto a alguien que enfrenta un posible trastorno mental que aun desconoce puede llevarlo a creer que no es algo que requiera atención.

- “Pero yo te veo bien”: Exacto. Si bien es cierto que las personas que padecen trastornos emocionales tienden al aislamiento social, cada vez es más frecuente que las personas, sobre todo los jóvenes, creen todo un personaje fachada, presencial y en redes sociales, con el que traten de evitar la realidad que afrontan.

- “No tenés motivos para estar así; vos tenés muchos motivos para ser feliz”: Nuevamente, trastornos como la depresión no son una decisión y sumar a la ecuación el factor de la culpabilidad puede acelerar los impactos de los síntomas.

- “Dale tiempo, ya se te pasará/mañana las cosas serán diferentes”: cuando los neurotransmisores del cerebro se alteran todo lo relativo al tiempo se deforma. Hacer planes se torna imposible, cualquier espera intensifica los estados de ansiedad, pensar en el futuro atemoriza y cuando se cumplen esos plazos y la mejoría no llega los impactos son devastadores.

- “Estás insoportable/no tenemos por qué aguantarte”: Es una frase devastadora como pocas, porque convierte a la persona que busca ayuda en el culpable y responsable del bienestar de su entorno. Intensifica el aislamiento y la posibilidad de que la persona busque ayuda.

- “Eso se cura con oración/con voluntad; no necesitas medicación ni tratamiento”: Falso. Los trastornos mentales son enfermedades y como tal requieren diagnóstico y tratamiento. También, dependiendo de cada caso, requiere medicamentos con estricto acompañamiento profesional. Todos los estímulos positivos ayudan a los pacientes con trastornos mentales pero el abordaje profesional es indispensable.

5 Comments

  1. There's good news, and there's bad news. The bad news is, it's not the drug. You're here, in the astral plane. You went too far in the make believe and got lost in your mind, consciousness, and now you're trapped in this, no place. Where every day is the same, where you can imagine yourself a kingdom. but nothing is ever real.

    1. And what's the good news?

      1. I'm not alone anymore.

  2. It's just Thursday. Like the 260th Thursday as a passenger on the cruise ship "Mental Health." On the plus side I've mastered eating with a spoon.

  3. I know, I don't have to be afraid. But I am because look at you. All of you. You're gods, and someday you are going to wake up and realize you don't have to listen to us anymore.

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